En 1958, el primer satélite de los Estados Unidos, Explorer 1, transportó el experimento del contador Geiger de James van Allen a órbita para estudiar los rayos cósmicos. Este detector de radiación funcionó perfectamente al principio, pero luego misteriosamente quedó silenciado al ascender en su órbita. Inicialmente, se creyó que el instrumento había funcionado incorrectamente.
Un segundo satélite, el Explorer 3, experimentó la misma caída en su detección de radiación a medida que la altitud aumentó. Van Allen y su equipo de investigación comenzaron a sospechar que los conteos de radiación no estaban cayendo, sino aumentando más allá de lo que el detector podía medir y que estaban apabullando la electrónica del instrumento.
El experimento de Van Allen había descubierto los cinturones de partículas cargadas que ahora lleva su nombre. Posteriormente se mostró que el “funcionamiento incorrecto” del instrumento se debía a una radiación 1.000 veces más fuerte que lo que el contador Geiger podía registrar.
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